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Pero... ¿porqué? |
Amanecía en el camping municipal de Calais, en una mañana nublada y algo ventosa. El cambio de país se palpaba en el ambiente, ya no solo por el idioma, como resulta evidente que así fuera, sino por su misma arquitectura, por las características del terreno o la disposición de su gente. Salgo de Calais tomando rumbo norte por la primera carretera que encuentro, siguiendo como referencia la ciudad de Dunkerke, la cual ya sabía de antemano debía de atravesar. Estos kilómetros resultan los primeros verdaderamente planos del viaje, por lo que entiendo que el avance resultará más sencillo y, por tanto, también más sencilla la tarea de aproximarme a Brujas. Pero claro, tal como se decía en la introducción, siempre existe algún factor dispuesto a incomodarte. Nunca estaremos libres de, aunque sea, un mínimo suplicio, el cual, esta vez, se presentaba en forma de rectas un tanto interminables, que te exigían estar constantemente con los pedales en movimiento. Así iban transcurriendo estos primeros kilómetros, cuando de pronto, me tropiezo con un niño que iba sobre una bicicleta de carretera que, intuyo, debió haber heredado de su padre, quien, a su vez, también debió haber heredado del suyo. El caso es que el niño, observando que mi velocidad le permitía realizar un pequeña exhibición de su pequeña fortaleza, me adelanta con la visible intención de dejar bien claro este punto, momento en el cual yo me animo, aumento el ritmo, y me pego a su rueda con la sana intención de pasar el rato intentando hacer un nuevo amigo. El niño, de unos catorce años de edad, se exprime, y yo, en un intento por dejarle ver lo inofensivo de mis intenciones, lo vuelvo a adelantar para ofrecerle un relevo. Pero este, deduzco que no interpretando correctamente este movimiento (lo cual resulta bastante razonable), decide evitar entrar en juegos que no entiende y se deja caer. Yo lo espero, pero no hay manera, me quedaría sin poder hacer un nuevo y joven amigo, y cuán necesitado estaba de esto, tal como la mencionada maniobra ha revelado por sí misma. Continúo. Pregunto a varias personas si voy en la dirección correcta: a un chico dentro de un taller, a una pareja de paseantes o a un señor que también se ejercitaba sobre la bici. Así me voy aproximando a Dunkerke, en cuyas afueras realizo una parada para comprar una bombona de gas. Sigo en medio de la monotonía en la que me sumergen estas carreteras, hasta que pronto cruzo la línea imaginaria que, por un lado, nos une, y por otro nos diferencia de manera tan asombrosamente notable. Y sigo avanzando, ahora por tierras belgas, hasta que llego a una pequeña gasolinera en la que intento hacerme con un mapa. El extraño pero amable chico a cargo del establecimiento me indica que muy cerca hay un pueblo (Panne), donde puedo encontrar alguno, así que hacia allí me dirijo. Me desvío de la vía principal, y de camino me encuentro con un supermercado, por lo que aprovecho también para reponer combustible. Luego sigo avanzando en busca de una librería y, tras tropezar con una oficina de información (en la que esperaba, tal vez, encontrar el mapa) que de poco me valió, con ella doy a lo largo de una de las vías principales de la población. Encuentro el ansiado mapa y luego, percatándome, para mi gran sorpresa, de que a unos cien metros escasos había un amplia playa, hacía allí me dirijo ahora con la mera intención de reponer energías. Aunque la temperatura no invita a un baño, el tiempo, en ausencia de corriente alguna de aire, si sugiere que me acerque hasta la arena, y me elabore allí, bien acomodado, mi modesto almuerzo. Pero tras sacar el pan de la bolsa y abrir el envase del embutido con el que rellenaría a aquel, comienza el viento a soplar con firmeza y de forma ininterrumpida, de tal manera que pronto todas mis pertenencias quedan recubiertas de arena, así como tuve que ir engullendo mis humildes alimentos mientras mi dentadura rechinaba a causa de la cantidad de granos arenosos que los acompañaban. Así, lo que prometía un almuerzo relajante, se convirtió en un precipitado refrigerio. Cuando resignadamente ya me disponía a recoger y marcharme, llega un numeroso grupo de jovenzuelos, los cuales me encandilan por la ingenuidad, ternura y candidez que rezuman tan espontáneamente. Y así, un momento, en apariencia, tan insignificante, me reconforta y a la vez me confunde enormemente. A partir de aquí, debía afrontar la segunda parte de la jornada, aún con la intención de tan solo aproximarme a la ciudad de Brujas.
Retrocedo por la misma carretera por la que accediera, y una vez alcanzada la vía principal, por ella sigo circulando, y mientras lo hago, observo como en enormes camiones se van introduciendo toneladas de papas acumuladas en un área de cultivo justo junto a la carretera. Ahora tocaba ir en busca de las distintas poblaciones que se me iban presentando en el mapa, una a una, mientras la posición del sol parece advertirme que en caso de apetecérseme, aún estaba a tiempo de llegar a Brujas, por lo que la idea comienza a merodear por mi atolondrada cabeza. Atravieso estas poblaciones en un horario que coincide con la salida de los jóvenes de sus escuelas, y, para mejora de la dicha de mi soledad, éstos, en su gran mayoría, lo hacen sobre sus cabalgaduras metálicas, así que durante varios kilómetros voy acompañado por dichos jovenzuelos. Algunos de ellos, avanzan solitaria y tranquilamente; otros, movidos por algún tipo de motivación que induce indudablemente su manifiesto apresuramiento; y otros, lo hacen en alegre y jovial conversación. Tras así circular durante un buen rato pronto vuelvo a la condena de mi soledad, pero cada vez más cerca de mi improvisado objetivo, algo de lo cual me alegro bastante, pues era Brujas uno de aquellos lugares que, por motivos que no vienen del todo al caso (Un poco de Ata..., no todo, jiji), me hacía una especial ilusión, y siendo consciente, desde un inicio, de las distintas dificultades que podían presentárseme, el estar ahora tan cerca era motivo de cierta gratificación e inesperada emoción, de tal manera que, cuando al fin entraba en la plaza del mercado, me sentí invadido por una repentina y extraña sensación de paz y sosiego. Y ahora me pregunto: ¿Cómo intentar explicar esta sensación? No puedo, creo, o no quiero, no lo sé, el caso es que no pude hacer otra cosa que sentarme en uno de los bancos de la plaza, sacar una chocolatina de la alforja derecha, y sentir y disfrutar de un momento maravilloso, mi mirada puesta en el Belfry y Halles, mi corazón palpitando a un glorioso compás, al ritmo de una melodía cuya procedencia desconocía. Y cuando justamente me encontraba hipnotizado por este insólito y sublime influjo, percibo tres vocecillas a mi lado que parlotean, según me parece, en castellano, por lo que sin dudarlo un momento me levanto, me acerco y les pregunto si efectivamente hablan mi idioma, a los cual las tres muchachitas asienten un tanto extrañadas. Eran tres chicas mexicanas que estaban de visita en la ciudad. Les pregunto, entonces, si conocen de alguna estancia económica y próxima, a lo cual me responden que el lugar en que ellas pasarían la noche lo es, por lo que las interpelo sobre el emplazamiento exacto del referenciado lugar. Me indican a través de su mapa, y, aunque en un principio me parece no debe tener pérdida alguna, luego pude comprobar que no resultaría tan sencillo como en ese mismo principio imaginé. Y para no andarme con muchos rodeos diré que, justamente tras dar unos cuantos rodeos por las distintas callejuelas, terminé por desistir y ponerme a la búsqueda de otro sitio de características similares a las descritas. Luego, en uno de esos callejones me tropiezo a un chico al que le pregunto, y este solicita presurosamente la ayuda de su cortés compañera, y ya, entre ambos, hacen lo que pueden. Más adelante pregunto a otra chica que trabajaba en un bar, y esta, junto a la inestimable ayuda de su novio, me ofrece ciertas referencias respecto a cierto hospedaje, pero antes de seguir estas indicaciones cruzo el río en busca de otra alternativa, cuando me tropiezo con un amable señor, con el que no consigo comunicarme todo lo bien que desearía. Este insiste en que espere, pues la novia de su hijo, que está cerca, habla el castellano, así que la llama, viene (era chilena) y ejerce de traductora. Al final, este mismo señor me acompaña hasta un albergue próximo, donde ya me abandona nuevamente a mi propia suerte. Me instalo, me reconforto con una buena ducha caliente y pronto salgo en busca de un grato paseo, con las piernas bastante agotadas y doloridas, pero con la sangre recorriendo serena cada centímetro de mi entumecido cuerpo.

No era tarde, pero las calles se presentaban ya desiertas, húmedas y penumbrosas. Aún así disfruto de un rato agradable, es más, probablemente por este motivo fue más placentero este momento, que se prolongó por algo más de una hora y media, hasta que me pareció había llegado el momento adecuado para retornar al albergue y así cenar y descansar. Y a eso me dispuse. La habitación que me había sido asignada disponía de seis camas, y si bien cuando la había abandonado yo era el único huésped, cuando regresé pude deducir que alguién más pasaría allí la noche. Al poco tiempo aparece mi compañero de cuarto. Mis ojos se me cerraban, pero eso no pareció ser obstáculo para que, sin darme cuenta, me viera en medio de una densa conversación, aunque más bien debiera decir soliloquio, por su parte, claro está, del cual me llevé una nueva lección aprendida, esta es, que Israel es la exclusiva responsable de todos los males de este mundo. Ahora dejaré que vuestra imaginación sea quien realice, por sí misma, la admirable tarea de trazar y colorear el sólido y estrecho filamento que nos debe conducir hasta el centro de dicha afirmación, pues a mí, ahora mismo, me resulta del todo punto imposible reproducir lo que allí exactamente sucedió.
Hasta que no me he puesto a extraer de mi subestimada memoria este día, no me he dado cuenta de todo lo que me aportó. Siento no poder transmitir sino únicamente una sucesión de hechos, siendo consciente a su vez de todo lo suprimido, y no poder transmitir como me gustaría todo lo que un día tan sencillo como este fue capaz de aportarme. Creo que por eso debemos de escoger las experiencias de los demás únicamente como punto de referencia, como una base importante que puede, o no, estimularnos lo suficiente como para decidir descubrir las cosas por nosotros mismos. Ahora, me siento feliz, hoy no leo, hoy escribo.
Salud!!
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