He de aclarar primero una cosa. Para aquellos a quienes se le ocurra visitar este refugio, y por casualidad se encuentren en la misma situación que yo, es decir, más solos que la una, advertirles de las sonoridades un tanto extrañas y de procendencia aún no conocida que se pueden dar en él. Si eres una persona con tendencias esquisofrénicas, o simplemente proclive a ciertos ataques de histeria o sugestión, POR FAVOR, ten estas palabras en cuenta. Antes de irme a la cama, mientras daba buena cuenta de un gustoso bocadillo de tortilla (¡qué alimentos los míos!), empecé a escuchar una serie de ruidos que bien pudieran haber sido provocados por algún merodeador. Pero ni rastro. Surgían de improviso y desaparecían tal cual se presentaban. ¡Así que ya lo saben!, ji, ji. Ahora me río pero prefiero omitir algún que otro detalle.
Bien, tras dejar que las primeras luces del día iluminen mi despertar, me levanto y compruebo que todo sigue en su sitio. He aprendido que los fantasmas son un poco cabr..ncetes, pero también gente honrada. Hoy tocaba improvisar. Tenía aún dos días por delante, ya que había ido a parar al refugio uno antes de lo previsto. Como el GR-130 recorre toda la costa, pensé en intentar conectar con algún camino que retrocediese un poco hacia el norte para luego enlazar con aquel y terminar en Santa Cruz. Pero claro, no tenía ni idea de las posibilidades que tenía. Decido entonces bajar por donde tenía previsto, esto es, desde el Pico del Inglés, y dejar que la suerte hiciera el resto.
Inicio la marcha por donde mismo lo hiciera tan solo cuatro días atrás: cresteando ando que te ando. Solo eran cuatro los kilómetros (aprox.) los que me distanciaban del Pico del Inglés, y todo vuelve a apuntar con que, haga lo que haga, voy bien de tiempo, así que ¡tranqui tronqui! Por suerte el descanso del día anterior me ha sentado bien. El calor sigue acompañándome, mientras pienso en que si no caigo malo es de puro milagro, pues con tanto contraste térmico.... Y una vez más observo "malaganado" las nubes hacia las que me dirijo. Cojo el desvío y ya empiezo a perder altura, hasta que llego al final de la pista de tierra por la que se puede acceder a esta zona. De ahí continúo para abajo, y antes de conectar con la carretera principal observo el derrumbamiento de una parte del camino, y pienso "si, esto se mueve, más me vale no tener la mala suerte un día de estar presente en uno de esos tantos derrumbes de los que uno es constantemente testigo tardío". Cuando llego a la carretera me doy cuenta de que la fortuna, esta vez, va a estar de mi lado. Aparece un panel donde se indican todos los senderos de la isla, y, por tanto, todas las posibilidades que se me abrían desde allí (mis ojos como platos). A ver, a ver..., qué hay por aquí. Me doy cuenta de que no ando muy lejos de Marcos y Corderos (muy tentador), y que enlazando varios caminos voy a parar justo a la Casa del Monte, donde se puede inicar su recorrido, que a su vez termina por allá abajo y que enlanzando con otros caminos más podría conectar con el GR-130 a la altura de Los Sauces. Pero eso eran unos cuantos kilómetros más de lo previsto, y ya son lo menos las 12:30 h. Lo gracioso es que teniendo en cuenta la cantidad de posibles desvíos con los que me iba a topar, más me valía llevarme el mapa conmigo, pero no estaba la cosa ni para cargar con el tablón ni para sustraer la lámina. Así que solo me quedaba la opción de sacarle una fotografía bien con el móvil, bien con la cámara. Pero resulta que ambos están en las últimas de batería, la cámara incluso para el resto del viaje. Así que bueno, si la fortuna estaba de mi parte nada había que temer, no podrían agotarse justo ahora. Y para adelantarnos les diré que no, que las baterías aguantaron. Bueno, de todos modos la aventura es lo que tiene. Y emprendo la marcha.
Atravieso a paso ligero toda la zona de pinar, discurriendo por una hondonada y por otra, constantemente cercado por la niebla y el olor a humedad. La verdad es que ya tienen que estar bien señalizados los senderos, pues al igual que me es irremediable extraviarme por el abismo de mis pensamientos también lo es el de hacer lo propio por donde quiera que ande y me de tiempo suficiente para recurrir a lo primero. Sin embargo, hecho inaudito, no me perdí ni una sola vez, es más, la mayor parte de las veces en que mi intuición tuvo que desperezarse, daba a la primera con la alternativa correcta. Sí, sorprendente. Doy con cada uno de los enlaces, evito los caminos traicioneros y poco a poco me voy aproximando hasta la Casa del Monte, a la que llego cuando menos lo esperaba. ¡Yujuuu! estoy en el inicio de Marcos y Corderos, trece túneles por delante me esperan, y la maravillosa Laurisilva también ¡bieeen! y qué bien supo, más cuando esto no entraba en absoluto en mis planes. Me adentro entonces por el LP-06, siendo consciente de que la intensa neblina me va a impedir disfrutar de las bonitas panorámicas que ahí adentro se dan. Y digo ahí adentro porque da la sensación de repentinamente sumergirte en una tierra lejana, donde los duendes elaboran sus hogares, el agua discurre alegremente y las plantas alzan sus crestas con fogosidad y entusiasmo. Chubasquero, frontal y vamos para allá, a por el primero de los túneles. Compruebo la subjetividad de la memoria, pues algunas cosas no las recuerdo tal como ahora las encuentro, sobre todo la profundidad de algún túnel. En alguno mi mochila apenas cabe, los charcos me los como toditos, por lo que las pies se me empapan con las gélidas aguas que por ahí fluyen con energía, y en el último me mojo entero de arriba a abajo. Yo los cuento por si acaso alguno se haya dado a la fuga y tras comprobar que no falta ninguno llego a los nacientes de Marcos, todo neblina, y en donde el agua resbala con una impetuosidad espeluznante, nada que ver a cómo lo recordaba. Cae con estrépito sobre la acequia y sus inmediaciones, por donde sigue jubilosamente su curso. Mis ojos se empañan, los de la cámara también, y juntos proseguimos dirección a los nacientes de Corderos. Último túnel y aquí el sosiego sustituye al ajetreo anterior.
A partir de aquí comienza el descenso que, primeramente, se da un por sendero algo técnico y bastante resbaladizo, por lo que a las rodillas tengo que cuidarlas especialmente. Más abajo se pasa a caminar como se puede por el cauce de un pedregoso barranco de profundidad notable, por lo que ahora son los resbalones y los tobillos los que centran mi atención. Ahí me tropiezo a un grupito de franceses que almorzaban; yo sigo a lo mío. Luego el camino retoma sus características habituales y ya va por el interior de pleno bosque milenario. Es maravilloso avanzar por entre sus troncos alabeados, sus ramajes sinuosos, recubiertos de musgo y donde se adhieren temerosas las gotas. En el suelo se aglomera la hojarasca, hasta donde algunos intrépidos rayos del sol se precipitan irregularmente, proyectando tímidos haces luminosos que se consuman en forma de lunares refulgentes. Yo con alucine enmascarado transito lleno de encanto, mientras alcanzo a algunos caminantes más. Más abajo, cuando ya queda menos para el final, se tiene la opción de subir hasta el "Espigón Atravesado". Allí me encuentro a una familia que venía de turismo y estaba algo dubitativa sobre si subir o no. Los animo, pues a pesar de que llueve y el cielo ni se intuye, las vistas desde allí son alucinantes. Luego para abajo y a finalizar lo que queda de ruta, ya por zona más monótona. Llego incluso antes de lo que en principio pensaba y me dirijo hacia el Centro de Visitantes. Entorno a las seis de la tarde y yo que no había parado ni para comer, así que intento buscar un lugar en que cubrirme de las gotas. Pero nada, el Centro cerrado y ni una sola techumbre bajo la que protegerme. Entonces veo que hay un coche aparcado justo en frente de una puerta que indica "Centro de Investigación", así que no me corto y toco. Me atiende una chica francesa, que a mi ruego de que por favor me dejase preparar allí la comida, entiende mal y me dice que allí no venden de comer. Se lo explico mejor y al final accede, cosa por la que le quedo profundamente agradecido, pues iba ya calado hasta los huesos. Y allí me oxigeno yo a la vez que aprovecho para cargar baterías. Por lo visto la investigación que está llevando a cabo trata sobre el "gato asilvestrado", y me explica que tiene que dar con sus víctimas más directas, analizarlas, así como a los excrementos del amigo felino, entre otras muchas cosas, claro. Pero como este año han habido varias heladas el trabajo de campo se está retrasando más de lo normal, y con ello todo el proceso ¡Ánimo!.
Yo, con la barrigita ya ocupada, y como ya había localizado el siguiente empate con el nuevo camino, salgo todo dispuesto, pero resulta que me había dejado atrás los bastones. Vuelvo, me revuelvo, y nuevamente resignado afronto el postre, una exigente subida hasta el Mirador de Las Barandas. Desde allí solo queda la bajada hasta Los Sauces, en donde una vez llego voy directo al super a comprar provisiones. Ahora llegaba el momento de buscar nuevo alojamiento, por lo que tengo que localizar el GR-130, sendero que continuaría hasta el final, en Santa Cruz. Tengo que proveerme de las instrucciones de un amable señor, mientras la noche está al caer. Al final lo encuentro, lo sigo, y este termina de descender hasta la costa, desembocando en un paseo marítimo. Miro hacia un lado, miro hacia el otro, no lo veo claro y pregunto, y tras deambular un rato en busca de un sitio apropiado opto por continuar por el camino un rato más, ya de noche. "Todo lo que haga hoy no lo hago mañana", pienso. Al final, desolado ya ante la perspectiva de no encontrar donde montar la caseta cruzo el pueblo de San Andrés, hasta que al final, desesperado ya ante el agotamiento, termino montando la caseta en un parquecito junto a una pequeña iglesia, arrimado a una plataneras. Prefiero obviar algunos detalles a fin de no enturbiar los pensamientos de los más escrupulosos. Me echo a dormir, pero la noche me tiene reservado un diluvio considerable que, aunque no me impide dormir, es más, creo que podría decir que esta fue la mejor noche de todas, si es verdad que no me permite ser muy optimista respecto a la última jornada. Y así concluía un día que, por haber sido todo sorpresa, su recuerdo lo guardo en un rincón especial.
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