Esta mañana despierto con el sonido de los pasos de los primeros senderistas de la jornada. En realidad es todo una ventaja eso de dormir tan cerca del camino, pues te puedes permitir descansar un pizco más sin que eso entorpezca demasiado. Desayuno, y mientras doy cuenta de unas palmeritas y un batido, pienso en lo bien preparado que había ido a la travesía, ya que mi botiquín se componía únicamente por un rollo de papel higiénico aplastado, con lo que mis ampollas me miraron desoladas e incrédulas ante tan horrenda perspectiva. Me coloco una tiras de papel y a rezar. Cuando ya me encuentro en medio de los últimos preparativos vuelvo a escuchar más pasos a mi lado. Quién les iba a decir a ellos que tras aquellos matorrales había un ser escondido y atento a sus andares. Mochila a la espalda y... "¡auuhh!, ¡cómo dueleeen! a este paso no voy a llegar en la vida". No puedo andar, yo creo, que ni a dos kilómetros por hora. Bueno, a eso de sufrir estás más acostumbrado, así que para adelante. El camino comienza descendiendo el primero de los barrancos del día. En un punto en que hay que pasar por una cancela confeccionada a base de maderos y alambres, la bolsa de basura se me engancha con el cierre y se me desmigaja, por lo que ni a cinco minutos del comienzo ya tengo el primer percance con su correspondiente parada técnica. Mientras, por el otro lado del barranco, observo como se distancian dos personas con pinta de extranjeros, mi única esperanza de hacerme con una "tiritas" que alivien al menos un pizco el dolor. Dolor, dolor y dolor, ese es el protagonista de esta primera parte. El camino me lleva, una veces, barranco para abajo, y otras, barranco para arriba, mientras pienso que a ese ritmo no voy a cojer a la pareja en la vida. Pero por fortuna, un cacho más adelante, estos debían haber hecho un parada considerable, motivo por el cual tuve la gran fortuna de poder solicitar todo lo amable y suplicante que pude, unas "tiritas". Ellos, que no entienden muy bien lo que me pasa me miran un tanto perplejos, hasta que les enseño el estado de mis talones. Acto seguido saben perfectamente cuales eran mis requerimientos concretos. Me dan una "Compeed" y otra normal, que no son baratas las jod..as!!. Yo les estoy eternamente agradecido, y mientras ellos continuan la marcha yo me quedo allí haciendo lo que puedo con mi navaja y los cachos de piel colgantes. Una vez me las limpio y coloco las pegatinas curativas, sale de mi semblante la primera sonrisa del día. ¡Buuuf!, duele, pero esto ya es otra cosa.
Así, más alegremente afronto el resto del día, que no era poco aún. Solo un tanto más adelante el sendero te da la opción de bifurcarte hacia la derecha dirección Buracas, y como la chica del refugio me había hablado bien de esta zona, para allá fuí. Como no, en poco tiempo comienza a introducirte en un nuevo barranco, en el que empiezan a distinguirse cuevas y plantas por todas partes. Una vez llegas abajo..., pues nada, a subir de nuevo. La zona está curiosa, pero tampoco me dio la impresion de ser para tanto. No obstante, la subida empieza sin piedad, con fuerte pendiente, y pronto comienzo a divisar grandes ejemplares de "dragos", a los que también había hecho referencia la chica. Me empiezo a tropezar distintos grupos de turistas que van en dirección contraria, y pienso: "pues qué valientes, con lo que luego tienen que subir". Eso es, ¡turismo activo! Esta subida no se acaba nunca, y el calor del mediodía se pega que da gusto. A mitad de cuesta alcanzo a los dos extranjeros que me dejaron las "tiritas", y ahora son ellos los que sufren bajo la implacable influencia de las rampas. Vuelvo a agradecerles el gesto y sigo para arriba. Pronto y gracias a la altitud adquirida se llega nuevamente hasta zona de pinar, a poca distancia ya para llegar al punto intermedio de la jornada, Puntagorda. Para acceder al interior del pueblo, cosa que necesitaba para hacerme con algo de comida contundente y llenar el depósito de agua, tengo que bajar una nueva pendiente de asfalto, lo que hago un tanto resignado debido al cansancio. Allí entré en el único bar abierto (tengamos en cuenta que estamos hablando del Viernes Santo), y me abrí paso entre los que parecían los habituales del bar, momento en el cual también consideré la posibilidad de que en La Palma existiese una especie de dialecto secreto, pues casi no les entendía, o no se, a lo mejor eran los efectos de lo que quiera que diera color a sus vasos (je, je).
Una vez repuesto y bajo una nube chispona continuo la marcha, ganando algo de altura aún. Un poco después, una vez alcanzada una nueva zona de pinar, empieza a llover, por lo que toca cubrirse bien. El sendero se introduce por el pedregoso cauce de un barranco, para continuar por él durante un ratín. Mas allá reaparecen los beditos barrancos, en los cuales desde que llegas a ellos puedes mirar con amplitud la cuesta que te espera para salir de allí. Y así, entre una cosa y la otra, me aproximo a las inmediaciones de Tijarafe, para hacer el último tramo alternando caminos con asfalto. Finalmente llego al pueblo, y cuando le pregunto a una niña con patines donde puedo encontrar algo de actividad, ella se ofrece graciosamente a acompañarme. Por debajo de la iglesia aparece una calle con varios bares abiertos, y con una farmacia cerrada, pero como la vivienda del propietario estaba adyacente, toqué el timbre a ver si era posible venderme, como no, más"tiritas". Me abre una señora muy amable y simpática, me las vende, y luego retomo el camino en busca de un lugar donde montar nuevamente la caseta. A un kilómetro del pueblo el camino vuelve a descender a un nuevo barranco, en el cual de forma inesperada encuentro una pequeña zona donde anidan sagazmente unos pinos, con su pinocha bastante sugerente, por lo que termino montando allí mi reducido campamento, justo al borde del camino. Aquí, justo cuando el día parecía que poco podía ofrecer ya, me llevo una importante sorpresa. Resulta que me había dejado el depósito de agua mal cerrado (ya decía yo que me estaba goteando agua en el culete), y toda, absolutamente toda la parte inferior de la mochila se encuentra mojada, justo donde estaba la ropa y el saco de dormir, y como llego a una hora en la que el sol de poco ayuda me es, no me queda sino admitir que así quedan las cosas hasta el día siguiente, y gracias a que la temperatura era agradable y se podía dormir sin abrigarse apenas. Me pongo una buena "tirita" en mi talón derecho, me acoplo otro cacho en el izquierdo, apenas ceno porque voy con el estomago revuelto, y a dormir, que mañana hay más. El día resultó durillo, por las molestias en los talones (que no cesarían en dias posteriores), y porque entre tanta subida y bajada al final se van acumulando metros de desnivel, cosa que en el perfil orientativo consultado poco me había parecido apreciar. ¡Chimpom!!
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