

Cuando doy el primero de mis pasos me doy cuenta de la gravedad del asunto, las ampollas son verdaderamente molestas. A este inconveniente se le sumaba el de que el agua con que contaba era más bien escasa, pues la del Refugio no inspiraba mucha confianza que digamos, por lo que aún andaba con la cantidad sobrante de la ruta. La mañana amaneció completamente despejada, al menos a la altura a la que nos encontrábamos, aunque siguía haciendo suficiente frío. No obstante, a medida que los minutos y yo avanzábamos cogidos de la mano, la temperatura de afuera iba ascendiendo de manera simultánea a como lo hacía la de dentro, así que poco a poco me voy desprendiendo del abrigo. Tan solo hacía ni dos semanas que acampara allí adentro, en las profundidas de aquella Caldera sobre la cual ahora me desplazaba, y eso provoca que de tanto en cuanto me pare a escudriñar en busca de las zonas que allí adentro había frecuentado: la zona de acampada, el Hoyo Verde, el curso del Bco. de las Angustias. De pronto, tras de mí, escucho unos pasos acelerados, y cuando me doy la vuelta observo como se acerca un señor que luego resultó estar preparándose la Transvulcania. Decido seguirlo un rato para charlar, pero claro, éste me lleva a un ritmo poco conveniente, por lo que después de desearnos mutuas suertes nos despedimos y dejamos en manos de nuestros destinos inciertos. Yo continúo con paso calmoso ascendiendo a cada uno de los roques, los cuales me sitúan ya a una altitud superior a los dos mil trescientos metros. Este rato, hasta alcanzar el siguiente desvío, a pesar de durar algo más de tres horas, se me hace bastante rapidito. Luego, cuando ya se divisan muy de cerca las blancas esferas del observador astrofísico, llego al desvío de la jornada, el que daría comienzo a una bajada bastante sostenida. Desde su inicio observo el mar de nubes y pienso en que voy camino de adentrarme en él (¡mala gana!), pero antes de eso, en el primer tramo, se advierte una bonita perspectiva del camino, que desciende sinuoso por una zona donde el origen volcánico de la isla queda más que manifiesto. El sendero es bastante cómodo y amplio, lo cual contrarresta el fuerte desnivel a salvar. Y así, continúa el descenso. Más adelante, una vez alcanzado el pinar, me tropiezo a cuatro chicos que realizan el mismo itinerario pero en dirección contraria (¡ánimo, que queda menos!). Luego el camino pasa a bajar a lo largo de una extensa loma, para después sorprenderme con un magnífico valle, el cual me aporta una sensación de aislamiento total. Conecta luego con una pista que a su vez se ofrece como punto de enlace con otros caminos. Yo sigo por el mío, para atrevesar varias senderos apelmazados de vegetación profusa, bañada con su característico arcoiris primaveral, y de la que emergen débiles tallos erguidos y mecidos por una brisa grácil.



Ostias caballero!!! que guapo el blogito este!!!
ResponderEliminarUn abrazo
Nestor