2ª ETAPA. Refugio Punta de Los Roques - Santo Domingo de Garafía.




Me despierto con total parsimonia a las 08:30 h., mientras observo como mis compañeros de hospedaje se lo toman aún con más calma que yo, por lo que deduzco que aquí no se ha venido a caminar, sino de acampadita a techo cubierto, lo cual me parece una opción bastante acertada para quienes tengan la suerte de ser algo menos iquietos, e incluso algo tentadora para uno también. Luego desayuno algo, preparo mis trastos, siempre desperdigados bajo mi pequeña parcelita, y hacia las 9:15 h. emprendo mi marcha. El destino, como aquí lo principal era disfrutar de los días y no obcecarse con la consecusión de ninguna hazaña, aún estaba por determinar. La única orientación era la de los caminos seleccionados, para lo cual continuaría cresteando el borde superior de la Caldera por el GR-131 hasta a la altura de Los Andenes (a algo más de dos kms. del Roque de Los Muchachos), donde tomaría el desvío dirección Roque del Faro por el LP-09.

Cuando doy el primero de mis pasos me doy cuenta de la gravedad del asunto, las ampollas son verdaderamente molestas. A este inconveniente se le sumaba el de que el agua con que contaba era más bien escasa, pues la del Refugio no inspiraba mucha confianza que digamos, por lo que aún andaba con la cantidad sobrante de la ruta. La mañana amaneció completamente despejada, al menos a la altura a la que nos encontrábamos, aunque siguía haciendo suficiente frío. No obstante, a medida que los minutos y yo avanzábamos cogidos de la mano, la temperatura de afuera iba ascendiendo de manera simultánea a como lo hacía la de dentro, así que poco a poco me voy desprendiendo del abrigo. Tan solo hacía ni dos semanas que acampara allí adentro, en las profundidas de aquella Caldera sobre la cual ahora me desplazaba, y eso provoca que de tanto en cuanto me pare a escudriñar en busca de las zonas que allí adentro había frecuentado: la zona de acampada, el Hoyo Verde, el curso del Bco. de las Angustias. De pronto, tras de mí, escucho unos pasos acelerados, y cuando me doy la vuelta observo como se acerca un señor que luego resultó estar preparándose la Transvulcania. Decido seguirlo un rato para charlar, pero claro, éste me lleva a un ritmo poco conveniente, por lo que después de desearnos mutuas suertes nos despedimos y dejamos en manos de nuestros destinos inciertos. Yo continúo con paso calmoso ascendiendo a cada uno de los roques, los cuales me sitúan ya a una altitud superior a los dos mil trescientos metros. Este rato, hasta alcanzar el siguiente desvío, a pesar de durar algo más de tres horas, se me hace bastante rapidito. Luego, cuando ya se divisan muy de cerca las blancas esferas del observador astrofísico, llego al desvío de la jornada, el que daría comienzo a una bajada bastante sostenida. Desde su inicio observo el mar de nubes y pienso en que voy camino de adentrarme en él (¡mala gana!), pero antes de eso, en el primer tramo, se advierte una bonita perspectiva del camino, que desciende sinuoso por una zona donde el origen volcánico de la isla queda más que manifiesto. El sendero es bastante cómodo y amplio, lo cual contrarresta el fuerte desnivel a salvar. Y así, continúa el descenso. Más adelante, una vez alcanzado el pinar, me tropiezo a cuatro chicos que realizan el mismo itinerario pero en dirección contraria (¡ánimo, que queda menos!). Luego el camino pasa a bajar a lo largo de una extensa loma, para después sorprenderme con un magnífico valle, el cual me aporta una sensación de aislamiento total. Conecta luego con una pista que a su vez se ofrece como punto de enlace con otros caminos. Yo sigo por el mío, para atrevesar varias senderos apelmazados de vegetación profusa, bañada con su característico arcoiris primaveral, y de la que emergen débiles tallos erguidos y mecidos por una brisa grácil.


Tras estos cautivadores instantes voy a desembocar al pueblo de Roque del Faro, donde encuentro a unas señoras charlando frente a una casa, a las cuales me dirijo con la firme intención de rogarles un poco de agua. Me responde una señora, cuya seca cordialidad me recuerda lo maravilloso del viajar. Termino suministrándome de una manguera. Previo agredecimiento cotinúo y doy con un bar donde paro a reponer fuerzas, y donde por vez primera percibo esa sensación de ser un extraño y solitario forastero. Llegados a este punto, pienso en que quizás merezca la pena hacer el esfuerzo de llegar hasta Santo Domingo, allí sabía de la existencia de una playa en la que tal vez podría acampar, y aprovechar así también para concluir con el privilegio de haber traspasado en un solo día los distintos pisos de vegetación representativos de esta región. Salgo entorno a las 15:30 h. El camino transcurre por veredas, pistas y caminos vecinales todo el rato, siempre rodeado de fragosidad, de vegetación exuberante, tropezándome también con fascinantes reductos de Laurisilva. Disfruto como creo que no había ni imaginado y, lentamente, voy descendiendo el desnivel que me queda y acercándome a Santo Domingo. Cuando apenas me quedan un pocos kilómetros paso al lado de un área recreativa y de acampada (Montaña de San Antonio), y tentado estuve de parar y montar la caseta, pues el cansacio hacía rato que me había sujetado fuerte de las piernas. No obstante sigo haciendo adelante, alentado por la imagen que me hacía de yo bañándome en el mar, retozando entre las olas y luego  descansando sobre un confortable colchón de arena. Tras un rato más de bajada y bajo un calor considerable, llego al pueblo, que aparece completamente desierto, ni un alma se intuye por los alrededores de la plaza. Nada, a seguir en busca de cobijo. Más adelante me encuentro a un señor que estaba jugando con su hija, ocasión que aprovecho para consurtarle sobre la situación de la playa. Éste me indica que posiblemente, por las fechas que eran, no hubiese apenas arena en la playa, además de que la marea estaba bastante revuelta, así que la situación no se presentaba nada estimulante. No me queda más que continuar mi andadura a la espera de un lugar adecuado para montar la caseta.El camino sale del pueblo por el mismo asfalto, y no lo abandona hasta más allá de dos kms, por lo que ya los ánimos se arrastran sobre la grava, a la vez que las fuerzas debieron extraviarse por algún lugar de la bajada. Una vez se abandonan las gruesas líneas de alquitrán, no sin antes sortear algún profundo barranco que me obsequió con una buenas rampas, vuelve algún animalillo peludo a turbarme un tanto con sus amenazadores bramidos caninos, y retornan a mi mente esas inquietantes e imaginarias suposiciones en que me veo luchando colmado de congoja cuando accidentalmente se suelta la cadena que sujeta a tan tierno animalillo. Una vez retomado el sendero, justo cuando este se dispone a introducirme en un nuevo barranco, me da por curiosear por entre un hueco abierto entre una roca y la misma pared, cuando para mi sorpresa hallo un pequeño hueco bien oculto a tan solo unos tres metros del sendero, separado de éste por unos arbustos y más rocas. "¡Decidido, aquí mismo me quedo!". Aunque toda suerte de bichillos voladores se encuentran habitando el lugar, me abro hueco entre ellos y monto allí la caseta, ¡qué diferencia de tempatura respecto a las noches anteriores!. Cuando me quito las playeras y los calcetines, mis talones dan verdadera lástima. Tras cenar algo caigo muerto, aunque vuelvo a pasar una noche incómoda, con mil y un desveles de por medio.

1 comentario:

  1. Ostias caballero!!! que guapo el blogito este!!!
    Un abrazo
    Nestor

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