Hacía algo menos de cinco años que no visitaba aquel majestuoso lugar. Todo resultaba bien distinto a como lo conociera mucho tiempo atrás, en aquel periodo en que su mirada era revestida por un esmalte candoroso, en que sus aventuras estaban colmadas de sensibilidad, en que la información de la que disponía era bien escasa y, por tanto, los descubrimientos incesantes. En aquella época remota las experiencias eran grabadas en su memoria de igual forma a como el agua moldea los guijarros en su terso deslizamiento por los cauces de los valles, labrando sus recuerdos con el suave y ostensible transcurrir del tiempo, que ha logrado conservar aquel feliz periodo como tinta indeleble impresa en las arrugas de su corazón. Esta vez, el acceso a tan sublime paisaje fue bien distinto a como aconteciera por aquel entonces. El ajetreo de aquella ocasión fue sustituido por una placentera e íntima calma. El resplandeciente sol del mediodía remplazado la densa bruma que en su día lo cercara en unos escasos metros de visibilidad. El murmullo provocado por las oleadas de visitantes era suplido por el rumor lejano del agua en su glorioso descenso desde los recónditos manantiales, o por el silbido que la ligera brisa profería en su diligente vuelo hacia el ramaje del extenso pinar. Y cada paso carecía de la incertidumbre de antaño, y era suplantado por la certeza procedente del conocimiento.
Las abruptas montañas parecían descender desde el mismo firmamento, y tal como un dosel protege y ornamenta un lecho imperial, las rocosas paredes de la Caldera tutelan con acogedora cordialidad a los que tienen la suerte de contemplarla desde su interior. La Caldera de Taburiente es hoy, para él, un lugar que atesora experiencias y recuerdos inolvidables, que lo sumerge en las profundidades de su propio ser, y que lo transporta a una época a la que el tiempo aun no ha decidido conducirle. Bien sea por la ausencia total del murmullo de la civilización, bien por la fusión entre la melodía del aire y el trinar de los pájaros, su mente parecía liberarse de la opresiva carga que lo comprimía cada día más, y por vez primera desde hacia tiempo se inclino hacia un reposo arrullador, del cual como si de una fuente se tratara, manaba la imaginación en forma de aguas cristalinas con las que enjugaba sus pensamientos enturbiados por la mordiente mugre con la que venía sombreado.
Allí, donde exiguas porciones de tierra se aplanan y se abren hueco entre los pinos, los colchones son elaborados artesanalmente con las acículas resecas procedentes de las cónicas copas. Hay quienes se contentan con sus emplazamientos solitarios, y hay quienes se benefician de su desolación para confeccionarse otros con una orientación y características más personales, y allí es donde es instalada provisionalmente su plegable villa. El espacio parece encogerse, pero el tiempo se explaya y adquiere toda su dimensión, por lo que tan solo queda darle el uso que generalmente no se le atribuye en otras situaciones. Entonces, los pensamientos navegan junto a la corriente de las gélidas aguas, las ideas corretean olfateando el rastro presuroso de los roedores, y los sueños fluyen emigrantes aupados sobre el suspiro de una tierra presa de una tribulación inmensa. Y así, lo que hay tras aquellos descomunales tabiques surcados por conductos solidificados y aislados neveros en los escarpes más sombríos, adquiere nuevas perspectivas teñidas de esperanza y entusiasmo.
Pero como no cabía la posibilidad de que sucediera de distinta manera, sus cavilaciones no concluyeron allí donde la belleza todo lo abarcaba. A nuestro amigo le era imposible quedarse allí, inmóvil, con una visión tan conmovedora y fascinante, mas sabiendo que todo aquello era mera circunstancia, pues aquellas alentadoras sensaciones no solían permanecer en sus dominios más allá del tiempo que tardaba la cochambre de sus días en deslustrarlo todo de nuevo. Seguía dejándose llevar por sus frecuentes indagaciones, y, entonces, una vez más, se hacia las preguntas dirigidas hacia sí mismo, pues si era cierto que él era un ser humano más bogando entre las mareas de la duda y la incomprensión, también en su interior debían hallarse las mismas respuestas que, de boca de los sujetos promotores de su más interna cólera e indignación, esperaba que fueran expulsadas con total parsimonia y locuacidad.
¿Cómo la tierra podía estar siendo desestimada de manera tan mezquina? Ese fue uno de los asuntos que anegaron sus reflexiones, inesperadamente, mientras caminaba por una vereda flanqueada de forma intermitente por las raíces de los arboles que sobresalían de la tierra, como si de barandas naturales se tratasen. Aquel suelo salpicado de piedrecillas, arbustos y hojas pardas y delgadas como agujas, manifestaba toda su significación allí mismo, ante sus ojos, dejándose ver como la materia motriz a través de la cual circulaba la vida, de la que se levantaban verticalmente en busca de la luz toda clase de especies vegetales, de la que las diferentes civilizaciones se han abastecido para llegar a ser lo que son hoy. Y, sin embargo, como quien adora a una divinidad tan solo hasta que esta interfiere en el correcto desarrollo de su más honda codicia, la desprecia y manipula con la arrogancia y presuntuosidad propias de quienes ven en el fin un solo punto de los infinitos que se encuentran a su alcance. Quienes ven en determinadas montañas o extensiones de terreno yermos y desabrigados, por dejar a un lado aquellos lamentables ejemplos cuya tan solo simple mención provocan en él un punzante estremecimiento, lugares carentes de toda vida aparente o de “productividad” dudosa, olvidan muchos de los principios que por otro lado rigen y dictan las normas de convivencia en su cotidianidad. En días en que la exclusión es seriamente perseguida por la justicia, en que la discriminación da origen a repercusiones verdaderamente escalofriantes, nuestro querido amigo se preguntaba porqué con la tierra se hace una excepción tal. ¿No es la misma tierra, acaso, la de un lado y la de otro? ¿Cuántas descabelladas excusas somos capaces de ingeniar para eludir la más tangible realidad? “De tanto mirar hacia un lado es posible que un día terminemos por tropezar y precipitarnos por el enorme socavón que tan raudamente estamos excavando, y, quien sabe, si finalmente seremos sepultados en él por esa misma tierra cuando esta alcance su punto de máximo hastío”, pensaba.
¿Cómo la tierra podía estar siendo desestimada de manera tan mezquina? Ese fue uno de los asuntos que anegaron sus reflexiones, inesperadamente, mientras caminaba por una vereda flanqueada de forma intermitente por las raíces de los arboles que sobresalían de la tierra, como si de barandas naturales se tratasen. Aquel suelo salpicado de piedrecillas, arbustos y hojas pardas y delgadas como agujas, manifestaba toda su significación allí mismo, ante sus ojos, dejándose ver como la materia motriz a través de la cual circulaba la vida, de la que se levantaban verticalmente en busca de la luz toda clase de especies vegetales, de la que las diferentes civilizaciones se han abastecido para llegar a ser lo que son hoy. Y, sin embargo, como quien adora a una divinidad tan solo hasta que esta interfiere en el correcto desarrollo de su más honda codicia, la desprecia y manipula con la arrogancia y presuntuosidad propias de quienes ven en el fin un solo punto de los infinitos que se encuentran a su alcance. Quienes ven en determinadas montañas o extensiones de terreno yermos y desabrigados, por dejar a un lado aquellos lamentables ejemplos cuya tan solo simple mención provocan en él un punzante estremecimiento, lugares carentes de toda vida aparente o de “productividad” dudosa, olvidan muchos de los principios que por otro lado rigen y dictan las normas de convivencia en su cotidianidad. En días en que la exclusión es seriamente perseguida por la justicia, en que la discriminación da origen a repercusiones verdaderamente escalofriantes, nuestro querido amigo se preguntaba porqué con la tierra se hace una excepción tal. ¿No es la misma tierra, acaso, la de un lado y la de otro? ¿Cuántas descabelladas excusas somos capaces de ingeniar para eludir la más tangible realidad? “De tanto mirar hacia un lado es posible que un día terminemos por tropezar y precipitarnos por el enorme socavón que tan raudamente estamos excavando, y, quien sabe, si finalmente seremos sepultados en él por esa misma tierra cuando esta alcance su punto de máximo hastío”, pensaba.
Pero a pesar de todo, nada de esto era capaz de arrebatarle a su semblante el regocijo del que disfrutaba, mientras veía las mariposas revolotear a su alrededor y contemplaba la sinuosidad de las cumbres en su horizonte próximo. Ningún agente subversivo era capaz de adentrarse en aquella tinaja natural. Nada era capaz de provocarle turbación alguna, pues allí, donde se tomaba una consciencia tan diáfana sobre la única verdad a la que ha logrado llegar por sí mismo, y esta es, la de que absolutamente todo forma parte de una misma cosa (sea esta cual sea), justo allí, aun sin comprender los motivos causantes de todo, era posible aceptar cualquiera de los designios que el futuro le tuviese reservados.
Pero aquella efímera visita toco pronto su fin, y enseguida paso a tapizar, junto con tantos y tantos recuerdos, aquel rincón de su memoria a la que tanta estima le guarda. Y con todo ello le vino a la mente alguna que otra cosa pendiente con aquella maravillosa isla, por lo que no descartó el volver en breve para reunir nuevas y emocionantes experiencias.
Y bueno, que no todo es tan malo, pero como soy quejica por naturaleza, uno prefiere centrar sus esfuerzos en denuncias mas que en alabanzas (si las hay, je).
Y ahora, aquí les paso esta canción, que es capaz, por si misma, de expresar mucho mas de lo que diez mil palabras mías serian capaces de lograr nunca.
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