Fabulas sobre la realidad. Uno.



           Ella permanecía de pie en medio de aquel salón de particular apariencia, mientras el no cesaba de vagar de un lado para el otro. En un rincón una mesa era sepultada por una multitud de libros sin orden aparente. Un vaso de agua medio vacío, un edredón de cuadros descoloridos se arrebujaba sobre un negro diván, una jamuga atiborrada de prendas, lienzos esparcidos, un bufete rebosante de papeles, eran algunos de los objetos que más llamaban su atención. Sin embargo, aquella farragosa imagen desentonaba con la pulcritud dominante en el resto de la vasta morada, sin duda fruto de la laboriosa tarea llevada a cabo por alguna desdichada sirvienta. Era como si el único lugar habitado de aquel territorio fuese ese salón, como si su único habitante fuese un indigente extraviado, un vagabundo al que fuera de allí le resultaba sumamente sencillo simular su verdadera condición. Era la primera vez que la invitaba a subir desde que se conocieran hacia seis largos meses, pero a pesar de todo, nada de aquello le había cogido por sorpresa, más bien había imaginado una escena similar, pues aun sabiendo de la inalcanzable proeza de conocer a una persona por completo, podía presumir que lo conocía lo suficiente como para darse cuenta de que tras aquella apariencia de persona serena, respetable, culta e inteligente, se encerraba alguien que no creía en el propio papel que desempeñaba, que contrarrestaba cara al exterior cada uno de los opuestos que lo dominaban por dentro.
         Mientras ella examinaba aquel paisaje de triste soledad, él buscaba y rebuscaba por todas partes sus viejas lentes. Iban al teatro, y aunque en realidad aquellos cristales habían dejado de serle útiles hacia tiempo, el actuaba como si,  aparte de aderezar su curtido rostro, aun le presentasen el mundo como la nítida estampa a la que hacia tanto había renunciado. Así que se excusaba aun a riesgo de no llegar a tiempo a la obra. Ella sospechaba la realidad, pero hasta el momento había evitado hacer referencia al asunto.

 Tomas, ¿que son todas estas cartas? – le pregunto mientras curioseaba la cantidad de notas superpuestas sobre el bufete.

-           Cosas… - respondió con fingida indiferencia.

-        ¿Cosas? – murmuro ella mientras hojeaba algunos de aquellos folios marchitos. Escogió un fragmento y, al poco, se vio atrapada por su singular influencia.

-           Sin ellas no voy a poder ver la función desde allá lejos. Por cierto, disculpa todo este desorden, y también no haber comprado las entradas con mayor antelación. – dijo hábilmente mientras continuaba con la inútil búsqueda. Pero ella se mantenía totalmente abstraída en la lectura de aquellas enigmáticas líneas. El se extraño, pues de aquel escenario de fondo, generalmente conformado por el resto de los mortales a los que solo ocasionalmente prestaba atención, repentinamente había dejado de emitirse sonido alguno -  Inés, ¿estás ahí?
 
-           ¿Qué…, que decías? – logro musitar ella, cuando de pronto ambos percibieron el insólito  hecho por el cual estaban llevando a cabo el rol generalmente representado por el otro. Ella, en el interior de un mundo cuyo acceso se encontraba rigurosamente restringido, el, observando al otro lado, a la espera de que regresase para hacerle nuevamente compañía.
 
-             ¡Que si estás ahí!

-             Si, si, pero… ¿Qué es esto?

-            ¿El que? – se incorporo y la busco con la mirada. –  Ahh…, cosas. – volvió a referirse, como queriendo evitar el asunto.

-             No sabía que escribieras.

-         Y no lo hago – respondió maquinalmente una vez más. Luego se mantuvo en silencio unos instantes y, tras preguntarse: “¿Acaso no llevas semanas pensando en ello? ¿Por qué no decírselo de una vez?”, respondió – Bueno, de vez en cuando escribo.

-            Ya lo veo, pero, ¿Qué son, fragmentos de algo?

-             No, solo líneas vacías.

-            Pues no lo parece, es como si formasen parte de un texto mayor.

-           Quizás tengas razón  y así sea, pero si es así, lo desconozco.

-            ¿Qué quieres decir? Tomas,… - se deslizo sutilmente hasta donde el estaba y le miro a los ojos, que parecían haberle dicho mucho más de lo que sus labios fueron capaces de expresar – …puedes hablarme.

-         Lo sé. – y la última de sus barreras se desplomó estrepitosamente, dejando al descubierto aquel rincón solitario y sombrío, en donde solo reverberada el difuminado eco de cuanto generalmente le rodeaba. – Veras Inés , te parecerá algo propio de un chiflado, pero la realidad es que, a veces, de forma absolutamente inesperada, escucho una voz firme, autoritaria dentro de mí, - hizo un breve pausa en espera de su reacción, pero ella simplemente permanecía atenta a sus palabras – una voz que siento tan real como lo puede ser tu presencia aquí ahora mismo, una voz amenazante, dispuesta a torturarme hasta no lograr lo que se propone. Esa silbante voz me impone, me exige algo de forma ininterrumpida: que escriba. “¡Escribe!” –  resuena en mi cabeza una y otra vez – “¡Escribe!”. Comienza como un susurro, luego va adquiriendo mayor fuerza, incesante, más y más alto, infiltrándose como un aullido en mi cabeza, hasta hacerme casi enloquecer. Pueden pasar minutos, horas, es insoportable. Hasta que entonces cojo lo primero que tengo a mano y escribo, escribo, escribo lo que se me ocurre, a veces sin la mas mínima noción de lo que hago, sobre lo primero que alcanzo con tal de librarme del martilleante martirio. Y a medida que las palabras fluyen sobre el papel la voz va desapareciendo de forma progresiva, me libero, y paulatinamente retorna el murmullo de cuanto me rodea. Te parecerá una locura, pero es así desde hace unos años. Así que si me preguntas, ¿forman parte de algo?, pues te diría que a veces pienso que si, que esa no es sino mi propia voz queriéndome decir algo, pero hace mucho tiempo que ni leo las cosas que escribo. Y sin embargo, también te podría decir que no, que sencillamente me estoy volviendo loco y ese no es sino el primero de los síntomas, y que tal vez el segundo sea la manía de continuar conservando estas viejas gafas que de nada me sirven, que deben ser lo único que conservo de aquella remota época  en que recuerdo haber sido feliz.

        Todo esto sonó como si llevase largo tiempo esperando la aparición de la persona apropiada con que desahogarse. Sin embargo, ahora, allí estaba ella, frente a él, con sus ojos envueltos por una delgada capa brillante como la matutina luz con que se ilumina cada nuevo día. Era consciente de que le había entregado deliberadamente su pernicioso secreto, y con él la furtiva confesión de sus sentimientos hacia ella, pero no podía dejar de cuestionarse si aquello no era sino una rotunda declaración de infelicidad. Sin embargo, lo que acababa de leer le había sorprendido sobremanera, pues aunque sentía todo lo que su corazón era capaz de ofrecer, jamás le había visto expresarse ni como lo había hecho en la carta, ni como ahora mismo le había escuchado confesar.

-         Pues sea cual sea el origen de esa voz siento profundamente el dolor que te causa, pero debo decirte también, y perdóname si puedes, que creo es la causante de que puedas transformar toda la magia que llevas dentro. Únicamente he leído ese pedazo, y solo porque algo creo conocerte, te reconozco en el.

-          Pero duele Inés, duele. – murmuro amargamente.

-        Pues hazlo por ti mismo, no esperes a que esa voz te lo imponga, escribe, es algo fantástico ese don que posees.

-          Pero… ¿Para qué? ¿y cómo?

-        Para hacer del mundo y de ti algo mucho mejor, para que puedas desprenderte de esa imagen que te has hecho de ti mismo. ¿No te das cuenta, verdad? Sería lo mejor para ti, y también porque harías un enorme bien a todos los demás. Piensa en todas esas personas a las que las historias de otros ayudan, que les permiten formar parte de los sueños ajenos cuando de ellos mismos ha dejado de manar la fuerza que les conducía hacia los suyos propios, que los catapultan mas allá de la barrera de sus insípidas vidas, que entre el meticuloso hilvanado de frases y palabras logran verse reflejadas y consoladas sus almas. Lee lo que escribes y te sorprenderá, veras que ya sabes casi cuanto necesitas. Creo que esa voz que escuchas no es tu martirio, es tu salvación, la proyección de un instinto que febrilmente grita por la supervivencia de a quien salvaguarda, y que reconoce en la escritura una vía a través de la cual permitirle subsistir. Quizás sea la pluma la única herramienta capaz de taladrar allí donde se encuentra soterrado tu tesoro. No lo olvides, trabaje mucho tiempo en una editorial, y allí aprendí a diferenciar entre quienes escribían para huir, y quienes lo hacían para regresar

-          Y debo dar por hecho que pertenezco al segundo grupo, ¿no es así?

-        Estoy aquí contigo porque lo que hasta ahora he conocido de ti no me ha hecho decir ¡basta!, tal como generalmente suele ocurrirme, porque precisamente me ha sucedido todo lo contrario, y porque te admiro y te adoro, pero esto que te digo nada tiene que ver con todo eso. Quien ahora te habla es una mujer distinta, una que ha pasado años observando cómo algunos acudían a su trabajo en busca de fama, de prestigio, de una autoestima que les debió ser extirpada en algún penoso periodo de su infancia. U otros que administraban locuazmente sus habilidades y sabían sacar un gran provecho de ello. Pero de vez en cuando, solo muy de vez en cuando, aparecía un tipo un tanto extraño, generalmente tímido e inseguro, con lo que debía considerar su tesoro bajo el brazo. Y en la expresión de sus ojos se podía leer, sin ningún género de dudas, el temor que sentía al desprenderse de aquel manuscrito, como si en su interior se encontrasen escritas todas las claves necesarias para desmenuzar su corazón.

-          Y entonces, ¿por qué lo hacían?

-          Porque algunos creían tener algo que decir y esa era su única forma de mostrarlo, o porque sencillamente esa era su manera de extraerse de sí mismos y de convivir con los demás. Porque que mejor manera de transmitir un mensaje que haciéndolo a través de una historia, que te sensibiliza, que debilita tus parapetados prejuicios, que gradualmente se va apoderando de ti, y que cuando quieres darte cuenta te ha convertido ya en su más directo testigo.

-          ¿Me ves como un sujeto de esos, extraño e inseguro?

-          ¿A qué viene eso? ¿Acaso no lo sabes?

-          Tenía la ridícula y falsa esperanza de que no te hubieses dado cuenta.

-          Creo que tienes mucho que decir Tomas, mucho.

-          Entonces pongamos que esa voz es mía, que me dejo llevar y escribo, que definitivamente todo forma parte de una historia ya inventada, que permanece a la espera de que definitivamente la rasgue sobre el papel.  ¿Y si no me gusta lo que aparece? ¿Para qué publicarlo?

-         Dudo que no te guste. Seguramente encontraras muchas respuestas, entenderás muchas de las cosas que hasta ahora han carecido de una explicación. Comprenderás que es lo que muchos han visto en ti, lograras conocerte mejor Tomas y con eso también sentirte un poco más libre. Hay personas que encierran verdaderos misterios, y solo son capaces de extraerlos dejándose llevar por la palabra escrita. Luego valoraras si merece la pena publicarlo o no, pero sé de tu generosidad y también que al final lo terminaras haciendo, y allí estaré yo para ayudarte.

-        ¡Ay!, Inés, solo porque esa voz que te menciono carece de la dulzura con que tus labios acarician el aire, aparto la posibilidad de que seas tú el origen de mi tormento, pero desde luego pareces haberte puesto de su lado.

           Ella le miro con ojos de inocencia fingiendo inocencia, cuyo resultado no podía ser otro que el de una pésima representación, lo cual provoco una sonrisa en el rostro de Tomas, que parecía haberse liberado de la opresiva carga de quien algo se guarda.
           Sus viejas gafas aparecieron bajo uno de esos folios que aguardaban sobre el bufete, las cogió, las limpio, se las puso, y cuando volvió la vista hacia Inés…

        "…todo había desaparecido. Todo se había vuelto oscuridad. Se encontraba sentado sobre una crujiente butaca, frente a un escritorio insignificante en que solo aparecían dos montones de hojas apiladas y una arcaica lamparilla, cuya luz apenas lograba iluminar la ridícula superficie. En su mano un lápiz a punto de doblegarse debido a la tensión a la que lo sometía, y a su alrededor todo negrura, ni una sola ventana, solo podía intuir la presencia de un camastro a un escaso metro y medio a su izquierda. El cuarto era sumamente estrecho pero a la vez alargado, pues al otro lado se podía apreciar, a unos seis metros de distancia, el resquicio de luz formado entre la puerta y el mugriento suelo. Repentinamente, por el mismo apareció una sombra, alguien había detrás, alguien que comenzó a golpearla con furia, con desoladora violencia. Entonces, sudoroso de temor, tembloroso de espanto, comenzó a escuchar la áspera voz que lo acongojaba, que lo empequeñecía con aquella maldita palabra. ¡Escribe!, ¡Escribe!, ¡Escribe! Aparto la historia de Inés y Tomas y la deposito en el montón de la derecha, cogió uno en blanco del de la izquierda y al rasgar el lápiz en su amarillenta superficie volvió a extraviarse por el inhóspito pasaje que lo conduciría, una vez más, hacia aquel recóndito asilo que residía dentro de su enigmático ser."

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