
Aprovecho también para comentar el tema del gps. Aunque yo en esta ocasión lo he tomado como herramienta, considero que, para aquellos que buscamos alejarnos de determinados aspectos que imperan en nuestra vida cotidiana, como pueden ser las prisas o la falta de espontaneidad, esta herramienta no resulta sino una intrusa en un lugar donde las verdaderas necesidades salen a la luz. Sin duda alguna es un articulo que nos resta sensibilidad y desarrollo de aquellas facultades orientativas que el monte nos ofrece. Que digo yo que habrá que seguir dando trabajo a los que elaboran los mapas no? Sin embargo, para alguien que como yo, va solo, en determinados momentos ha resultado todo un desahogo. Creo que hay un momento para todo, y solo deberíamos tener en cuenta las consecuencias negativas en que no habíamos reparado. En este caso concreto lo volvería a llevar (por lo de ir solo), pero me falto un buen mapa, que me fui sin aprender nombres casi.

Este segundo día despertaba con los primeros rayos de luz, que incidían directamente sobre los cuatro costados de la húmeda tienda. Al percibir el frío que todavía hacia en el exterior decido quedarme un rato mas arropado, para luego desayunar un zumo y unas galletas, recoger con calma todos los bártulos, y finalmente salir para desmontar mi pequeña villa.Ya me encontraba exactamente a 1000 m. de altitud, por lo que pensé que no me quedaría mucho para llegar hasta el primero de los lagos, pero el camino comenzaba a descender por sendero completamente embarrado. Segundo día y aun sin adaptar al peso de la mochila. Las primeras cuestas de la jornada ya me alertan de mis siempre tan leales tendinitis, y pienso, esto va a ser mas duro de lo previsto. Pronto comienza a aparecer el calor y cuando en un tramo alcanzo la carretera, el primer vehículo que aparece, junto con el paraje, me aporta la impresión de haber retrocedido lo menos tres décadas en el tiempo. Y yo, que venia del futuro, seguí andando hasta al fin dar con el Lago Enol, que amanece solitario, y desde donde me dirigí al primer bar (y único) con el fin de repostar mis cuatro litros y medio de agua y tomarme un cola-cao calentito. De ahi salgo camino a los aparcamientos de la Buferrera, desde donde comenzaba la ruta a seguir. El camino asciende primero hasta las antiguas Minas de la Buferrera, convertidas hoy en museo, para luego continuar hasta el Lago de Ercina. Una espesa bruma se aleja ligeramente de sus aguas e impide disfrutar de las magnificas vistas que este lugar ofrece. Yo enseguida giro hacia la izquierda y, tras tramos de sendero, tramos de pista, me aproximo a la primera de las villas de la jornada, la Villa de Belbin, que parece sacada de un cuento, y yo, como un pequeño duende cargado la contemplo y transito alucinando por ella.

Unos minutos después, dando por hecho que circulaba por el camino correcto, continuo por un pequeño y bonito valle, hasta que me da por encender el gps y este me informa que el camino a seguir transita a unos 300 m. en paralelo, pero del cual me separa una pequeña montaña cubierta por punzante vegetación pero, con tal de ahorrar algo de tiempo, decidí atravesarla a riesgo de salir con aspecto de colador. Retomo la marcha y disfruto del verdor que todo lo baña, mientras contemplo cada vez mas de cerca la blanca roca de las cumbres hacia las que me dirijo. Y pronto comienzo de nuevo a subir por remotos valles, caminos resbaladizos y bajo "un sol de justicia", "solajero del caraj..." para nosotros los más sureños del territorio español (que bueno el Sr. Vieira). Al punto mal alto de la jornada (1540 m.) accedo por caminos de cabras, cuyo porcentaje de sus pendientes prefiero desconocer. Por las ganas de avanzar un poco mas pospongo la hora de la comida, y asi comienzo a descender primero por mas caminos de cabras, para luego directamente bajar montaña a través por donde mejor podía, hasta llegar a bordear la vega de Los Corros, donde ya enlazo el camino que me conduciría por La Canal de Culiembro. En este punto, y mientras almorzaba, me tropecé con una agradable pareja con la que estuve un rato conversando. Me orientaron sobre lo que venía a continuación, así como me recordaron una alternativa a la que en principio yo tenía prevista. Mientras muy amablemente el hombre me explicaba, la señora le lanzaba mirada de... "se nos van a dar las tantas aqui". Yo les comenté que mi intención inicial era la de subir por La Canal de Piedra Bellida, pero debido a la hora a la que comenzaría su ascenso, y a la dureza de la misma, consideré más apropiado tomar la otra vía, que consistía en girar hacia Poncebos, para luego subir a Bulnes y al día siguiente enlazar el camino en Amuesa. Un cambio de pendientes por kilómetros. A partir de aquí comenzaba una bajada de algo menos de 1000 m. de descenso por sendero con fuerte pendiente, zigzagueante y resbaladizo, que hacen sufrir a mis pobre rodillas, así que me lo tomo con calma. Por este lugar se acceda a la Majada de Ostón, desde donde se puede disfrutar de increíbles perspectivas de la Garganta del Cares.

Tras aproximadamente una hora de bajada llego hasta Culiembro, que viene a ser un caserío situado en el punto practicamente intermedio de la famosa Ruta del Cares. Aquí giro a la izquierda, y ya junto a la compañia de los habituales senderistas de este camino continuo a lo largo de los 6,5 kms que distan de Poncebos a ritmo ligerito. Allí existe la posibilidad de acceder a Bulnes a través del también conocido funicular. Sin embargo, cruzo el Puente de la Jaya y comienzo el ascenso final da la jornada. Tras una hora de camino pago la novatada del día. Las fuerzas ya iban bastante justas cuando llego a un cartel que me indica "Bulnes de Arriba, 10 min", y como indicaba que había un lugar para comer, interpreté que también otro para dormir, y me cogia de paso para la ruta del dia siguiente, opté por tomar este camino, que comienza a subir sin piedad por una montaña en la cual dejé los restos de todas las maldiciones que se me pudieron ocurrir para quien colocó el cartelito gracioso. Claro, diez minutos si vas en moto y sin mochila a la espalda, o a lo mejor si fueron diez minutos, pero para mi transcurrieron como si fuese media hora, así que así fue como derroché las últimas gotas del líquido del que mi agotado cuerpo disponía, para total, llegar arriba y no tener donde comerme un merecido plato. Indignado bajo hasta Bulnes, exhausto ya, y, en el primer bar que vi, que resultó ser el que tan solo tres días antes había visto en un reportaje en la tele, estacioné yo y mi mochila, dispuesto a beberme el río entero y a comerme hasta las sombrillas si hacía falta. La verdad es que el estar allí compensaba, la tranquilidad de ser prácticamente el único ser que habitaba el lugar, las dos latas de refresco que me bebí, la comida calentita, luego, por decir algo, una buena ducha, ya que el baño dejaba que desear y una niña guiri me apagó la luz y no me la volvió a encender, ¡interruptores por dentro, por favor!!, jeje. Luego paseito por el pueblo bajo las últimas luces del ocaso, y al albergue a preparar las cosas del día siguiente y a descansar, que me esperaba un nuevo y duro día.



Tras aproximadamente una hora de bajada llego hasta Culiembro, que viene a ser un caserío situado en el punto practicamente intermedio de la famosa Ruta del Cares. Aquí giro a la izquierda, y ya junto a la compañia de los habituales senderistas de este camino continuo a lo largo de los 6,5 kms que distan de Poncebos a ritmo ligerito. Allí existe la posibilidad de acceder a Bulnes a través del también conocido funicular. Sin embargo, cruzo el Puente de la Jaya y comienzo el ascenso final da la jornada. Tras una hora de camino pago la novatada del día. Las fuerzas ya iban bastante justas cuando llego a un cartel que me indica "Bulnes de Arriba, 10 min", y como indicaba que había un lugar para comer, interpreté que también otro para dormir, y me cogia de paso para la ruta del dia siguiente, opté por tomar este camino, que comienza a subir sin piedad por una montaña en la cual dejé los restos de todas las maldiciones que se me pudieron ocurrir para quien colocó el cartelito gracioso. Claro, diez minutos si vas en moto y sin mochila a la espalda, o a lo mejor si fueron diez minutos, pero para mi transcurrieron como si fuese media hora, así que así fue como derroché las últimas gotas del líquido del que mi agotado cuerpo disponía, para total, llegar arriba y no tener donde comerme un merecido plato. Indignado bajo hasta Bulnes, exhausto ya, y, en el primer bar que vi, que resultó ser el que tan solo tres días antes había visto en un reportaje en la tele, estacioné yo y mi mochila, dispuesto a beberme el río entero y a comerme hasta las sombrillas si hacía falta. La verdad es que el estar allí compensaba, la tranquilidad de ser prácticamente el único ser que habitaba el lugar, las dos latas de refresco que me bebí, la comida calentita, luego, por decir algo, una buena ducha, ya que el baño dejaba que desear y una niña guiri me apagó la luz y no me la volvió a encender, ¡interruptores por dentro, por favor!!, jeje. Luego paseito por el pueblo bajo las últimas luces del ocaso, y al albergue a preparar las cosas del día siguiente y a descansar, que me esperaba un nuevo y duro día.
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