No voy a negarlo, no puedo. Siento dolor, me duele. Significan poco para mí mis escasos bienes materiales, pues tal como vienen, se van, o el tiempo los desgasta y se los lleva, o tú mismo los cedes al olvido. Pero los recuerdos, los recuerdos duele verlos marchar de esta manera. En ocasiones, son esos mismos bienes materiales los que nos devuelven dichos recuerdos ¡cómo íbamos a imaginarlo! cuando veíamos el precio en su etiqueta, que en el revés de la misma existía una cifra de un valor incalculable. Aún así, qué poco pueden llegar a importar dichos bienes, no son sino objetos que mañana no estarán, tal vez nunca fueron dignos portadores. Pero los recuerdos, los recuerdos duele sentir cómo el soplo de la vida los aleja de ti, duele salir a la calle a buscarlos y advertir su ausencia, se han marchado para no volver, alguien se los ha llevado y, extrañamente, no surge ni el más mínimo sentimiento de rencor, me es imposible personificar un acto vil y cruel como ese, y creo que no es por otra cosa que porque las cosas, una vez has llegado a un cruce de caminos y has elegido, deben ser tal como luego suceden. A veces ese camino te lleva junto al bien, hacia los comportamientos honorables, hacia escenarios en los que, es posible, incluso hubieses dejado de creer; junto a prodigiosas obras de arte en movimiento, revestidas con el color de la alegría y los más virtuosos sentimientos; hacia bellos elementos arquitectónicos que te embriagan con su magnanimidad, hacia sublimes paisajes que te poseen y alteran el estado de tu espíritu. No obstante, otras veces, ese camino te conduce, sin remedio, hacia las actitudes que proceden del alcantarillado de la sociedad, por donde deambula el mal, las conductas infames y los obtusos sentimientos, que no son capaces de ver más allá del primer plano que les ofrece un espejo, como si tras ese primer objeto no hubiese más que una blanca superficie, en lugar del enorme lienzo del que todos formamos parte y en el que todos seríamos más felices si lográsemos vernos, un poco más nítidamente, los unos a los otros. Y sin embargo, tan solo debe ser así, no porque el camino te deje de llevar hacia un lugar, el lugar dejará de existir.Y en ese lugar, hoy te han robado los recuerdos.
El cruce de caminos, esta vez, se llamaba Llança, la tercera población que encontraba tras cruzar la frontera entre Francia y España, un día triste por las tristes nubes que cubrían el cielo, pero un día alegre porque veía cumplido el objetivo principal una vez había salido de Suiza, llegar a casa, a mi país, al lugar en el que aún no creyendo en nacionalidades, en principio, resulta inevitable sentirte más cómodo, probablemente tan solo por la costumbre, peligrosa compañera. Tras cruzar diferentes núcleos condenados a la soledad de la estaciones más frías, de los que la juventud parece haber huído y donde los esqueletos del ocio y la diversión tan solo son acompañados por aquellos mismos que los vieron nacer; tras salvar las últimas dificultades orográficas y maravillarme por la magnifica estampa que este rinconcito ofrece, llegaba a Llança. Allí, el fuerte agotamiento es quien mismo atrae a más agotamiento, y en lugar de permitirte un respiro, te exige que acabes, cuanto antes, con su agonía; que te aproximes, cuanto antes, al final, y en ese cruce de caminos, en lugar de parar, o tomar una alternativa más cómoda, me lleva hacia el siguiente destino, en este caso, Figueras, población en la que tocaría respirar la fétida esencia que subyace en el interior de cada ser humano, incluso en los que luchamos fervientemente por someterla a un férreo e inquebrantable aprisionamiento. La noche había caído sobre esta porción de tierra, y yo buscaba uno de los últimos lugares en los que combatir los caprichos del agotamiento. Fue cuestión de unos segundos, exactamente no más de quince, los que tardé en entrar y preguntar el precio del alojamiento, cuando salí y todo había desaparecido, mis recuerdos ya no estaban, los que se habían ido adheriendo a todo mi equipaje (lo que fielmente me había acompañado a lo largo de tantos días), y todos aquellos recuerdos (los más valiosos y los que más dolor causan) que se fueron en forma de palabras sobre las generosas hojas de un diario que nunca más veré y que se extinguirá junto a infinitas sustancias de desecho en algún estercolero próximo. Recuerdos que nunca podré recuperar, el esquema de un hermoso viaje, en el que tantos han sido los descubrimientos y las emociones. Ya nunca podré abrir sus páginas y recurrir a sus líneas para compartir aquello que tanto costó elaborar y que sujeto siempre está a la implacable acción corrosiva a la que se ve sometida la memoria.Y sin embargo, en cuestión de minutos, volvía a respirar el aire fresco y puro del bien, esta vez en forma de cálida amistad, de bondadosa compañía, de amor en estado natural, lo cual demuestra lo volátiles que son las malas acciones y lo sólidas que son las buenas. Dos amigos mi abrían sus brazos, y yo preparaba y abrillantaba las puertas de un corazón dolorido. "Gracias, bien, por ofrecer siempre la protección de tu presencia allá donde vaya, porque anidas en el interior de cada ser humano, al cual no puedo culpar por la debilidad de la que fue dotado, y que, a veces, cae bajo la influencia de tu eterno enemigo".
Hoy me he comprado otro diario, por si aún era capaz de recuperar algo, pero ahora creo comprender que hay cosas imposibles de recuperar, y tan solo hay que continuar por donde se quedó aquel mismo diario que nunca más verá la luz de unos ojos. Sencillamente, debía ser así.
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