De Sneem a Caherciveen. (Día 6)

Amanecía con una fina lluvia entorpeciendo mi despertar. Cuando me doy cuenta, no solo el exterior es el que se encuentra totalmente húmedo, sino que todo el suelo de la tienda se ha convertido en un enorme charco de agua, sin duda a causa de haber hecho noche sobre una tierra inundada, característica propia de esta región. Por suerte, el aislante cumple disciplinadamente con su misión, a la vez que las alforjas hacen lo propio, por lo que no tuve que lamentar ningún inesperado incidente. Salgo, reduzco la tienda de campaña a un ovillo de agua y barro, adoso las alforjas a la bici y comienzo la primera jornada realmente lluviosa del viaje. Prácticamente no cesó de caerme agua en todo el tiempo que estuve pedaleando.

Prácticamente soy el único que transita  por el lugar, así que disfruto un tanto más apaciblemente del bonito paisaje, aunque desgraciadamente limitado por la abundante y baja nubosidad, que impide me recree con lo que adivino un lugar fascinante, parte del Ring of Kerry, por donde transcurriría a lo largo de todo el día. Hoy tocaba ir bordeando la costa, pero insisto, creo que no pude disfrutar sino del veinte por ciento de lo que este bonito lugar es capaz de ofrecer. Llega un momento en que se me ocurre tomar un desvío de unos 4 kms., con la intención de acercarme hasta un fuerte que aparecía anunciado en uno de los paneles junto a la carretera. Se ve que ilusionado por haber llegado a tan exuberante  lugar. Pero, cuando me doy cuenta, estoy subiendo un pronunciado promontorio. Lo difícil aquí es que no se regala ni un solo metro, todo depende del esfuerzo, y eso limita considerablemente las posibilidades de conocer todo lo bien que gustaría este extraordinario territorio. No obstante, llego a la fortaleza, de la cual me había hecho otra idea. Luego retorno por donde mismo accediera,  hallando en mi camino, una y otra vez, las distintas señalizaciones de los distintos accesos o empalmes de la ruta "The way of Kerry", en la que pude encontrar algún que otro caminante aislado.

Y la verdad es que la narración de esta jornada, una de las más cortas del viaje, se resume fácilmente, pues no hice sino pedalear bajo la lluvia, subir y bajar cuestas y pasar junto a bonitos lugares, los cuales apenas era capaz de apreciar. Esta circunstancia provocó que abandonase la idea de visitar algún que otro lugar, entre ellos "Valencia Islands" y sus alrededores. Y así, bajo un aguacero considerable, llego hasta Caherciveen, donde previo atropellado paseo hasta el Ballycarbery Castle, por la ininterrumpida lluvia y las fuertes acometidas del viento, decido hacer uso de mi primer "comodín" (B&B). Me hace cierta gracia recordar ahora aquella amarga situación, pues aún ignoraba todo lo que quedaba por sufrir, y tal vez por este mismo motivo cometí uno de los pocos actos de prudencia. La cuestión es que localicé una tranquila casa, en donde nada más instalarme almorcé lo que acababa de comprar en el supermercado próximo, para así satisfacer un hambre voraz. Las vistas, desde los ventanales del salón principal de la casa eran bonitas, pero siempre bien disimuladas por unas nubes retozonas. Y allí pasé la tarde, leyendo y temiendo los síntomas del resfriado que me amenazaba, resguardándome y disfrutando de la calma y la tranquilidad. Y ahora, que me desplazo a través del tiempo como una virtuosa ave que se desliza por una brisa fresca y límpida, para alcanzar nuevamente cada uno de aquellos instantes, logro volver a ver lo que allí vi, y sentir lo que allí sentí, recuperando infinidad de detalles que aquí omito porque me resulta imposible determe en cada uno de ellos, pues para qué voy a describir un cuadro en el que aparecía la fotografía y el nombre de los literatos más destacados del país, en el saloncito del desayuno, o una mesa colmada de panfletos que se encontraba a la izquierda de la entrada, o la moqueta azul verdosa que amortiguaba graciosamente el molesto repique de mis calas. Para qué, ¿verdad? ¡Qué importancia pueden tener detalles de esta clase!

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