Islandia


Tras un período de inactividad de esta cibernética pluma, aquí estamos de vuelta, con la intención de compartir algunas de las imágenes de esta última escapada por tierras islandesas.

Una visita imprevista, un viaje que me tentó a modo de señales; señales imagino que notablemente influenciadas por el hecho de que este país se ha ido transformado en los últimos años en un referente turístico; y lo que promete por avecinarse.

Un país de una riqueza natural y paisajística verdaderamente cautivadoras; un país cuya extensión parece dilatarse más aún por la escasa población que allí se asienta; un país cuya multiplicidad de formas, colores y contrastes se reparten y extienden prodigiosamente en medio de una climatología tan variable como los matices de sus valles y montañas; un país donde el fuego y la nieve se funden en un pacífico abrazo; donde los extremos coexisten en solemne armonía; donde los efluvios del infierno, como nubes bruscamente expulsadas por los insondables demonios de la tierra, ascienden desde grietas y oquedades con la pretensión de amalgamarse con sus hermanas, aquellas que ondean en el aire, donde los ángeles se mecen gracias al caprichoso y acompasado soplo de los dioses.

Por momentos el paisaje del cielo desafía en hermosura al paisaje de la tierra; un cielo metalizado en constante movimiento, que bosqueja infinidad de formas grisáceas y azuladas, tan bellas como pasajeras, ensombrece o da vida, según su antojo, a un rincón u otro del majestuoso océano de lava y hielo que es esta esplendorosa isla. Otras veces, un tiempo apacible y luminoso nos exhibe el intenso azul del cielo, desde donde los cálidos rayos de sol descienden y ceden el protagonismo a las esponjosas laderas del color de la esperanza, o a desiertos de arena y roca excepcionalmente surcados por tumultuosos torrentes de agua, o a los imponentes glaciares que, cual resplandeciente tiara imperial, coronan las cimas de las más altas cumbres del país. De un frío intenso a un calor extenuante, de un viento impetuoso a una calma sepulcral, de una lluvia perseverante a una recia sequedad, y así como el tiempo tan prontamente oscilaba, también tú podías llegar a bambolearte entre tanta majestad, como desconcertado, palpitante, abrumado y sorprendido por las estremecedoras veleidades de esta naturaleza indómita. Imágenes en que la vida misma y la propia muerte parecían proyectar una línea definida entre la una y la otra; a un lado los matices sombríos y descorazonadores de un camposanto, y al otro, a tan solo unos pocos metros, el esplendor luminoso de un baile concedido entre reyes y princesas. Formas y colores propios de un ingente y milagroso lienzo, cuyas pinceladas, lejos de ser esbozadas por alguna mano terrena, debieron ser perfiladas por una creatividad y un pulso celestial. Luego, desde las cimas de algunas montañas se desparramaban, como botes de pintura que alguien hubiese vertido uno a uno desde ellas, hileras de grava que cubrían todos los matices grisáceos, amarillentos y rojizos imaginables, entremezclándose luego con el verde intenso de la hierba o el musgo espumoso, un verdadero prodigio que no podía por menos de hacerme sentir embriagado y presa de un placer casi físico, como una dulce caricia concedida a lo sentidos, y que acabarían erizándome hasta las entrañas.

Entre lagos, valles y montañas; entre fiordos de aguas inmóviles; entre ríos y glaciares, cañones y desiertos; entre frailecillos (puffins), focas, ovejas y caballos; entre volcanes y taludes naturales; entre enormes obras hidráulicas y geotérmicas; entre fumarolas y ríos de cálidas aguas; entre densas nieblas y cielos soleados; entre almas tiernas y generosas, afables y hospitalarias, que me dieron abrigo, que saciaron mi sed, que me mostraron una y otra vez cuánto hay de bueno en este mundo y en esta vida; caminando y "autoestopeando", sintiendo el transcurrir del tiempo, acercándome al espacio; descubriendo, navegando, improvisando, aceptando, reconociendo, dejándome llevar por la corriente del destino, flujo que nunca decepciona, torrente que hilvana un acontecimiento y el otro con  maestría didáctica, que me hace entender que estamos en buenas manos, que todo cuanto acontece tiene un porqué, que la paciencia es sabiduría, que la desesperanza un virus que ha de ser repudiado, que una sonrisa ilumina el alma, que la infancia y la vejez están próximos en el círculo de la vida. Un viaje con un sinfín de emociones y que, como toda experiencia, se transforma en puntual itinerario entre una persona y otra, ambas con el mismo aspecto, con la misma forma, ambas con el mismo vocabulario, con el mismo acento, pero tan diferentes como lo son un día y el que le precede, que aunque siempre bajo el mismo sol, bajo el mismo cielo, son siempre irrepetibles como irrecuperable es el tiempo que atrás queda y nunca vuelve.
Palabras, éstas, que tal vez pudieran parecer desmesuradas, más cuando pienso en la impresión que  en otros pudiera provocar el mismo escenario, cuando en la memoria guardo el recuerdo, por ejemplo, de ir en el coche con unos italianos, por la península de Snaefellsnes, contemplando admirado cuánto nos rodeaba mientras ellos charlaban alegremente casi sin prestar atención, como quiénes visitan una pinacoteca sin conocimiento ni intención artística alguna, sin detenerse a contemplar las maravillas del hombre, cuando al lado suyo alguien versado y/o sensible en pintura examina con el alma en vilo lo que viniendo desde el más allá, emplea lo del más acá, es decir, al hombre, para hacerse visible, palpable, luego eterno. Si, tal vez parezca todo un tanto desmesurado, pero permítaseme hacer, al menos por esta vez, el papel de quien estima, aún sin instrucción, en este caso lo que desde el más allá proviene sin necesidad del filtro del más acá, para intentar completar lo que las siguientes imágenes son incapaces de plasmar: el sentimiento exclusivo que en cada uno se origina y luego todo lo anega y todo lo envuelve y cual íntima lente nos presenta una realidad extraordinariamente personal. Un destino no es sino la excusa para reunir nuevas experiencias, para hallar nuevas verdades, para sentir. Gracias, a Islandia y a quienes dieron luz a este viaje, por tan formidable excusa y tan inestimables verdades, por hacerme sentir una vez más.

A continuación les dejo un breve muestrario fotográfico, que lo disfruten.
























































































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