Una vez el estómago lleno, como fue habitual a lo largo de todo el viaje, tocaba hacer la digestión sobre la bici, pues si quería avanzar kilómetros, teniendo en cuenta el nuevo horario de invierno, debía aprovechar al máximo la esplendorosa luz del sol. Y así abandono esta población, a través de un nuevo puerto, con un pedaleo suave para no agitarme en exceso, cosa que ralentizaba aún más el avance. Luego tocaba seguir improvisando las distintas carreteras a seguir, avanzando por dónde la intuición me aconsejaba, enlazando una vías con las otras, estando atento a los despistes y a un lugar en que reponer agua, pues una vez más me volvía a quedar sin apenas agua. Y así, entre una cosa y la otra, llego a un pequeño pueblecito, en donde veo una bonita fuente en la que finalmente lleno mi depósito. Aquí: "depósito de agua lleno, corazón contento". Luego continúo, pensando en no pasar ningún tipo de penuria para encontrar un emplazamiento razonable donde dormir. Pero..., ya se sabe: "¿y si sigo un poquito más? ¡El siguiente pueblo no está muy lejos!". Los distintos campings por lo que paso están cerrados, algo comprensible si tenemos en cuenta las fechas en que todo esto acontece, hasta que, junto a una primorosa laguna, encuentro uno aparentemente abierto. Me acerco, y allí una joven bastante gentil me comunica que también se encuentra cerrado, justo cuando aparece un señor de Zaragoza, con el que puedo hablar más extendidamente. Todos, siempre haciendo muestra de sus mejores intenciones, terminan sugiriendo algún hotel u otro tipo de hospedería de tipo similar, algo que resume bastante bien la lógica expelida por nuestros razonamientos menos primitivos. Yo, haciendo uso de unas reflexiones más elementales, continúo hacia la siguiente población (Clairvaux-les-Lacs), a donde llego ya de noche. Hay que reconocer que la tentación hace su trabajo cuando llegas a una población bajo estas circunstancias (de noche, sucio, agotado, y bajo una ligera llovizna), pero todo lo que ahorres hoy, mañana buena falta te puede hacer, y qué sabroso es hacer uso de las cosas como resultado de una necesidad real. Así que, un día más, con mi frontal iluminándome por delante, y mi luz roja trasera permitiéndome ser visto por detrás, sigo avanzando bajo la oscuridad. La lluvia cesa, y el cielo, poco a poco, comienza a despejarse, hasta que me permite disfrutar de unos cautivadores instantes, la negra y celestial bóveda que nos comprende, se encontraba abarrotada de estrellas a pesar de la proximidad de una luna a punto de completar su circunferencia. Momentos inolvidables por la calma tan monumental que allí reinaba. Y entonces...: "podía haber tomado una estrecha y solitaria carreterucha que salía por la izquierda, a través de un hermoso prado aparcelado y delimitado por una espesa vegetación. Podía haber continuado por esa reducida calzada, hasta dar con otra entrada a la izquierda, esta vez de tierra y en donde la hierba crecía a sus anchas. Podía haber seguido avanzando por ella, hasta llegar al borde de un extenso pastizal, buscar el amparo de una arboleda y el ablandamiento de la hojarasca, para finalmente alojar allí mi pequeña villa desarmable." Podía haber hecho esto, si, pero sin embargo, tal vez, eso no fue exactamente lo que hice, quien sabe.
Camino de Pierrefontaine-les-Varans - Cerca de Clairvaux-les-Lacs. (Día 50)
Una vez el estómago lleno, como fue habitual a lo largo de todo el viaje, tocaba hacer la digestión sobre la bici, pues si quería avanzar kilómetros, teniendo en cuenta el nuevo horario de invierno, debía aprovechar al máximo la esplendorosa luz del sol. Y así abandono esta población, a través de un nuevo puerto, con un pedaleo suave para no agitarme en exceso, cosa que ralentizaba aún más el avance. Luego tocaba seguir improvisando las distintas carreteras a seguir, avanzando por dónde la intuición me aconsejaba, enlazando una vías con las otras, estando atento a los despistes y a un lugar en que reponer agua, pues una vez más me volvía a quedar sin apenas agua. Y así, entre una cosa y la otra, llego a un pequeño pueblecito, en donde veo una bonita fuente en la que finalmente lleno mi depósito. Aquí: "depósito de agua lleno, corazón contento". Luego continúo, pensando en no pasar ningún tipo de penuria para encontrar un emplazamiento razonable donde dormir. Pero..., ya se sabe: "¿y si sigo un poquito más? ¡El siguiente pueblo no está muy lejos!". Los distintos campings por lo que paso están cerrados, algo comprensible si tenemos en cuenta las fechas en que todo esto acontece, hasta que, junto a una primorosa laguna, encuentro uno aparentemente abierto. Me acerco, y allí una joven bastante gentil me comunica que también se encuentra cerrado, justo cuando aparece un señor de Zaragoza, con el que puedo hablar más extendidamente. Todos, siempre haciendo muestra de sus mejores intenciones, terminan sugiriendo algún hotel u otro tipo de hospedería de tipo similar, algo que resume bastante bien la lógica expelida por nuestros razonamientos menos primitivos. Yo, haciendo uso de unas reflexiones más elementales, continúo hacia la siguiente población (Clairvaux-les-Lacs), a donde llego ya de noche. Hay que reconocer que la tentación hace su trabajo cuando llegas a una población bajo estas circunstancias (de noche, sucio, agotado, y bajo una ligera llovizna), pero todo lo que ahorres hoy, mañana buena falta te puede hacer, y qué sabroso es hacer uso de las cosas como resultado de una necesidad real. Así que, un día más, con mi frontal iluminándome por delante, y mi luz roja trasera permitiéndome ser visto por detrás, sigo avanzando bajo la oscuridad. La lluvia cesa, y el cielo, poco a poco, comienza a despejarse, hasta que me permite disfrutar de unos cautivadores instantes, la negra y celestial bóveda que nos comprende, se encontraba abarrotada de estrellas a pesar de la proximidad de una luna a punto de completar su circunferencia. Momentos inolvidables por la calma tan monumental que allí reinaba. Y entonces...: "podía haber tomado una estrecha y solitaria carreterucha que salía por la izquierda, a través de un hermoso prado aparcelado y delimitado por una espesa vegetación. Podía haber continuado por esa reducida calzada, hasta dar con otra entrada a la izquierda, esta vez de tierra y en donde la hierba crecía a sus anchas. Podía haber seguido avanzando por ella, hasta llegar al borde de un extenso pastizal, buscar el amparo de una arboleda y el ablandamiento de la hojarasca, para finalmente alojar allí mi pequeña villa desarmable." Podía haber hecho esto, si, pero sin embargo, tal vez, eso no fue exactamente lo que hice, quien sabe.
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De Irlanda a España en bici
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