Esta es la breve historia de un chavalillo, chavalillo, dice él, porque así es como aun se siente su espíritu, muy a pesar de que el espejo se empeñe en mostrarle todo lo contrario; señalándole el surco abierto por sus cada vez más pronunciadas arrugas, el trazado de las venas cada vez más abultadas de sus manos, que contornean unos nudillos agrietados por el sol; revelándole el vaho cada día más ténue de una respiración olvidada. No obstante, sus quimeras siguen presentándosele tan rigurosamente intactas como las de ese chaval del que todavía forma parte.
Este chavalillo, inmerso él en su mundo de delirios y mitificaciones, había ido creándose una historia en la que ni él mismo, probablemente, llegaba a creer. Ante esta duda inminente, decidió, entonces, ponerla a prueba de alguna manera ¿Cómo? Pues se le ocurrió que observándola desde distintos lugares, distinguiéndola a través de la mirada de nuevos personajes, escuchándola hasta el aburrimiento salir de unos labios resecos por la sed, la fatiga, el sueño y la desesperanza. Así podría reconocer cuanto de verdadero había en aquella historia y cuanto de falso, cuanto formaba parte de la realidad y cuanto de un sueño del que tarde o temprano le tocaría despertar. Pero..., ¿y por dónde empezar?
Fue entonces cuando armó todo su equipaje y proyectó un plan a través del cual le tocaría andar a lo largo de centenares de kilómetros, por terrenos bien dispares, en el que avanzaría sín descanso un día tras otro, enfrentándose a dificultades que nada tenían que ver las unas con las otras, y con el único objetivo de observar y escuchar cuanto a su alrededor y en su interior se sucedía. Y en cada paso le pareció redescubrirse, en cada lugar, reencontrarse, en cada persona, reconocerse. Fueron días maravillosos, de hermosas experiencias, de extraordinarias compañías.
Ahora, ese chavalillo ha vuelto a casa, y todo lo que sentía haber descubierto parece esfumársele en el mismo instante en que entra en directo contacto con todo aquello que lo encadena a una imagen de la que pretende desprenderse. Descubrió que lo maravilloso del constante movimiento es que cada día hay que volver a ser, que uno no despierta cada mañana siendo, sino que va haciéndose nuevamente con cada amanecer, con cada nueva acción de su propio cuerpo, con cada nuevo sentimiento o con cada nueva palabra. Regresó y sintió un fuerte dolor en sus muñecas, eran los grilletes del pasado, que esperándole estaban y que de él se sujetaron despiadadamente justo en el momento en que sus pies volvieron a tocar tierra firme. "¡Fuera, estanqueidad!" gritaba ahogadamente mientras luchaba por deshacerse del pesado metal. "Fuera, fuera, no quiero una y mil veces de lo mismo, quiero vivir de verdad, quiero sentir como el tiempo pasa, quiero observar como cada atardecer el sol se despide de nosotros, y como cada mañana reaparece dispuesto a iluminar nuestras esperanzas; quiero ver, mientras tanto, como las estrellas se desplazan sobre la oscuridad, quiero estirar mi mano y que mis dedos encuentren algo cálido sobre lo que apoyarse; quiero contemplar una sonrisa bajo la luz de la luna, y abrigarme luego con las sábanas de la fantasía; quiero que todo lo demás sea siempre distinto, abrir los ojos y olvidar donde estamos, olvidar quienes somos, y empezar de nuevo una y otra vez, hasta que nuestros corazones no puedan soportarlo más y dejen de latir", expresaba mientras una gota de sudor le caía por su sien derecha, revelando la romántica exaltación de la que acababa de ser presa.
Fue entonces cuando entendió que realmente su viaje acababa de empezar, su vuelta era mera circunstancia, su historia seguía incólume. Aun le quedaban muchos lugares desde los que observar, muchas miradas en las que reflejarse, y muchas palabras que expresar antes de deshacerse de un sueño inalcanzable.
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